En marzo, durante el confinamiento, Concha Borrel decidió darse de alta en portales eróticos para poder seguir llenando la nevera después de que la pandemia y el confinamiento paralizasen, de golpe, todos sus ingresos como prostituta. Ahora, su trabajo es estrictamente ‘online’: atiende a los hombres a través de una pantalla. “Desde entonces, mi clientela ha cambiado completamente, porque la mayoría de mis clientes habituales tienen hijos o nietos y no pueden conectarse. Vivo con lo justo porque no quiero tener contacto físico, pero soy una privilegiada porque al menos tengo esa vía”, cuenta esta trabajadora sexual de Barcelona y portavoz del sindicato no oficial Otras. “Muchas compañeras ahora mismo no tienen ni para comer, mucho menos para pagar internet”. El confinamiento dejó desamparadas de la noche a la mañana a miles de mujeres prostitutas. Primero, fueron expulsadas de los clubes en los que trabajaban (y vivían) al ser clausurados.
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