Respire: cada vez que lo hace, el 50% del oxígeno que recibe procede del océano, que garantiza la vida en la Tierra, nutre y conecta todo el planeta. Todos dependemos del equilibrio y el bienestar de este inmenso espacio azul. Todos tenemos el deber de cuidarlo.
Sin embargo, los océanos, su fauna y su flora están cada vez más amenazados, degradados o destruidos por las actividades humanas, lo que reduce su capacidad de proporcionar las funciones de las que depende nuestra vida.
El océano cubre más del 70% de la superficie de la Tierra y constituye el 95% de la biosfera. Además de su crucial papel en la regulación del clima, el océano significa alimentos, empleo, comercio marítimo, actividades recreativas y culturales…
En 2015, casi 190 países adoptaron la Agenda 2030 de Naciones Unidas comprometiéndose a cumplir con diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), para promover un desarrollo justo y sostenible a nivel global, desde un enfoque integrado y basado en el conocimiento científico. El ODS 14 “La vida bajo el agua” persigue de forma específica la preservación y restauración de los ecosistemas marinos. Actualmente, a nivel global, este objetivo no se está cumpliendo, a pesar de algunos avances importantes, en particular el Tratado Internacional para la conservación de la biodiversidad marina más allá de las aguas jurisdiccionales.
Los gobiernos del mundo tienen ante sí una oportunidad única: la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos (UNOC), que tendrá lugar en Niza (9-13 de junio de 2025) debería ser la ocasión de comprometerse a adoptar medidas urgentes. He aquí algunas.
1.Frenar la exploración marina de hidrocarburos.
La interacción entre el cambio climático y la salud de los océanos es bidireccional. Además de generar el 50% del oxígeno que respiramos, el océano absorbe un 25% de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y captura el 90% del exceso de calor generado por esas emisiones, lo que le convierte es un amortiguador fundamental ante los impactos del cambio climático. Sin embargo, a medida que se calienta el océano, el aumento de temperatura provoca graves efectos: deshielo, subida del nivel del mar, olas de calor marinas y acidificación de sus aguas. Las olas de calor marinas han duplicado su frecuencia y se han hecho más largas, intensas y generalizadas. El incremento de las temperaturas eleva el riesgo de pérdida irreversible de los arrecifes de coral y los manglares que sustentan la vida marina.
Los objetivos del Acuerdo de París sólo pueden cumplirse si detenemos inmediatamente la exploración de nuevas reservas de combustibles fósiles y se abandonan de forma urgente las actividades de extracción existentes. Esto es lo que han hecho ya España, Francia y Portugal mediante leyes que prohíben esa actividad en todo su territorio nacional. Otros países están planteándose tomar similares medidas. Sin embargo, se siguen gastando miles de millones de dólares en explorar los fondos marinos en busca de petróleo y gas. Las áreas marinas protegidas no están exentas de estas amenazas. La perforación, transporte, refino, etc. son la causa de grandes vertidos de petróleo.
2.Reducir la velocidad en el transporte marítimo.
El ruido antropogénico en el medio marino aumenta a un ritmo alarmante. En algunas zonas, los niveles de ruido submarino se han duplicado cada década en los últimos 60 años. Esto supone una importante amenaza para la supervivencia de mamíferos, tortugas, peces y otros seres vivos marinos. El transporte marítimo es la principal fuente de emisiones sonoras continuas al medio marino.
Asimismo, las colisiones con buques son una de las principales causas de mortalidad de grandes cetáceos, como sucede en el Mediterráneo y en Canarias. Nuestras grandes ballenas, los cachalotes y los rorcuales, se están extinguiendo, principalmente por esta causa. Es imprescindible aplicar medidas obligatorias de reducción de la velocidad de los buques, en particular en las áreas marinas protegidas. Ello garantizaría que todas las navieras estuvieran sujetas a las mismas restricciones, sin competencia desleal, lo que no se puede conseguir con meras medidas voluntarias.
La reducción de la velocidad de los barcos conlleva ahorro de combustible y, por consiguiente, reducción de emisiones de CO2, así como de otros contaminantes atmosféricos (SOx, NOx y el carbono negro) y permite también rebajar el nivel de ruido submarino emitido por los barcos.
3.Reduccion de los plásticos que llegan al océano.
La contaminación derivada de la sobreproducción y el consumo de plásticos constituye una gravísima amenaza para la salud humana y la del planeta. Se prevé que la producción mundial de plásticos se triplique de aquí a 2060, si no hay una regulación significativa. Cada año llegan al océano unos 9 millones de toneladas de residuos plásticos que matan a un gran número de ballenas, delfines, focas, tiburones, tortugas, aves marinas…Es urgente que la comunidad internacional apruebe el acuerdo global, ya en proceso de negociación, para acabar con esta forma de contaminación, abordando todo el ciclo de vida de los plásticos, reduciendo cuanto antes su producción y su consumo mediante el fomento de la economía circular.
4.Moratoria de la minería en aguas profundas.
La minería de aguas profundas podría destruir hábitats marinos, causando daños irreversibles a la biodiversidad y reduciría la capacidad de sumidero de CO2 del océano. La investigación sobre los ecosistemas de las profundidades marinas apenas está empezando a revelar lo que el planeta podría perder con esta actividad. El principio de precaución exige acordar, cuanto antes, una moratoria mundial de la minería en aguas profundas. Ya hay una coalición de 25 países, España incluida, que propugna dicha moratoria.
La UNOC 2025 debe concluir con una estrategia mundial para proteger y restaurar los océanos, que incluya, entre otras, las propuestas señaladas, coherentes con el Acuerdo de París y el de Montreal. La ventana de oportunidad para tomar medidas eficaces frente a la crisis de los océanos puede cerrarse durante la próxima década. El momento de actuar es ahora: necesitamos que nuestro planeta siga siendo azul, garantizando nuestra salud y nuestra prosperidad.
por Cristina Narbona y Carlos Bravo