La Agenda 2030 en los informes de sostenibilidad: del protagonismo inicial a la pérdida de visibilidad

No dejemos que el lenguaje común de los ODS se diluya en medio de normativas técnicas, temores reputacionales o disputas ideológicas. Porque sin relato, no hay transformación visible. Y sin visibilidad, no hay rendición de cuentas posible.

Cuando en 2015 Naciones Unidas aprobó la Agenda 2030, el mundo firmó uno de los compromisos más ambiciosos de la historia reciente: erradicar la pobreza, reducir las desigualdades, proteger el planeta y construir sociedades pacíficas y prósperas antes del año 2030. Este pacto global se articuló en torno a 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), un conjunto de metas universales e interconectadas que requerían la acción conjunta de gobiernos, sociedad civil, instituciones y, de forma destacada, el sector empresarial.

Por primera vez, el mundo corporativo no era simplemente un aliado complementario, sino un actor clave e interpelado directamente. Las empresas fueron llamadas a integrar en su núcleo estratégico valores como la sostenibilidad, la inclusión, la igualdad de género, la descarbonización o la innovación social. El sector privado dejaba de ser visto como parte del problema y se convertía en parte de la solución.

En España, la respuesta inicial fue notable. Solo tres años después del lanzamiento de la Agenda 2030, más del 80 % de las empresas adheridas al Pacto Mundial ya incluían referencias a los ODS en sus informes de sostenibilidad. Este rápido posicionamiento reflejaba no solo una voluntad de sumarse a una tendencia internacional, sino también el reconocimiento de que los ODS podían ser una palanca para ordenar las políticas de responsabilidad social corporativa, comunicar mejor los impactos sociales y ambientales, y legitimar ante los grupos de interés un nuevo tipo de liderazgo empresarial.

Los ODS ofrecían un lenguaje común, comprensible y estandarizado. Permitían comparar avances, conectar estrategias, fijar metas y construir alianzas. Para muchas empresas, hablar el idioma de los ODS significaba mostrar que estaban alineadas con una agenda ética, global y transversal. Pero, con el paso de los años, ese entusiasmo comunicativo ha disminuido. Aunque muchas compañías siguen comprometidas con la sostenibilidad, la visibilidad explícita de los ODS en sus memorias corporativas se ha reducido de forma sustancial.

Esta pérdida de protagonismo no implica necesariamente un menor compromiso, pero sí revela una transformación en la narrativa. Hoy, es habitual encontrar informes de sostenibilidad donde los ODS ya no articulan el relato, no ocupan capítulos destacados ni sirven como eje central de la estrategia. Se ha producido un desplazamiento silencioso que merece análisis. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué una agenda que nació con tanta fuerza comunicativa ha pasado a un segundo plano?

En primer lugar, el contexto internacional ha variado de forma drástica. El último informe de seguimiento de Naciones Unidas sobre el estado de los ODS es preocupante: solo el 17 % de las metas está en camino de cumplirse. Un tercio permanece estancado y otro tanto se encuentra en retroceso. La crisis sanitaria provocada por la COVID-19, la guerra en Ucrania, la inflación global, la crisis energética, el deterioro ambiental o las tensiones geopolíticas han fragmentado la cooperación internacional y ralentizado muchos de los avances logrados hasta 2019. En este entorno, algunas empresas perciben que vincular su narrativa corporativa a una agenda que parece cada vez más difícil de alcanzar puede resultar arriesgado. Temen comprometerse públicamente con objetivos que podrían no cumplirse en el tiempo previsto y que, en lugar de reforzar su reputación, la expongan a críticas o acusaciones de incumplimiento.

Pero el desencuentro no se debe solo al contexto externo. También hay causas internas que explican esta pérdida de visibilidad. Muchas compañías desarrollan acciones alineadas con los ODS, pero no logran estructurarlas bajo la lógica de los 17 objetivos. Optan por categorías más amplias como “sostenibilidad ambiental” o “impacto social”, sin explicitar su vínculo con metas específicas de la Agenda 2030. Esta dinámica, que podríamos denominar bluehushing —en contraposición al más conocido bluewashing—, implica hacer sin contar, por prudencia, por desconocimiento técnico o por la dificultad de traducir acciones en indicadores verificables. El resultado es una menor transparencia y una pérdida de capacidad de comparación entre empresas, sectores o países.

La entrada en vigor del nuevo marco normativo europeo, en particular la Corporate Sustainability Reporting Directive (CSRD), también ha influido decisivamente. Esta directiva obliga a las grandes empresas a reportar bajo los estándares ESRS, con indicadores muy concretos, requisitos de verificación externa y una lógica de doble materialidad. Esto ha supuesto una reorganización profunda de los informes de sostenibilidad. Lo que antes era voluntario, ahora es legalmente exigible. Y lo que antes era flexible y narrativo, ahora debe ser estructurado y auditable. En este tránsito, muchas compañías han optado por centrar sus recursos en cumplir con la norma, relegando marcos voluntarios como los ODS a un plano secundario. Aunque la Agenda 2030 sigue presente de forma transversal, ha perdido centralidad en la arquitectura formal del reporting.

A todo ello se suma un elemento menos tangible, pero no menos importante: la creciente ideologización del discurso de la sostenibilidad. En algunos contextos, los ODS han sido objeto de disputa política o simbólica. Sectores mediáticos o sociales los han etiquetado como parte de una agenda ideológica progresista, lo que ha generado rechazo o desconfianza. Algunas empresas, temerosas de verse arrastradas a debates polarizados o de ser percibidas como partidistas, optan por invisibilizar sus referencias explícitas a la Agenda 2030. Esta autocensura estratégica debilita el potencial transformador de una agenda que nació precisamente con la intención de construir un consenso global más allá de las ideologías.

Frente a este escenario, conviene preguntarse: ¿menos visibilidad equivale a menos compromiso? La respuesta no es sencilla. Muchas empresas continúan trabajando de manera coherente con los ODS, pero la falta de visibilidad genera un déficit comunicativo. Sin relato común, la sociedad pierde una herramienta de rendición de cuentas, de comparación sectorial y de generación de confianza.

La solución no consiste en recuperar los ODS como un apartado decorativo o simbólico. Se trata de integrarlos de forma inteligente y operativa al nuevo contexto normativo. Existen propuestas concretas para lograrlo: elaborar mapas de correspondencia entre los indicadores ESRS y los ODS a los que contribuyen, establecer metas intermedias verificables a corto plazo que permitan mostrar avances antes de 2030, o utilizar recursos visuales y narrativos que ayuden a traducir los impactos reales en términos comprensibles para todos los grupos de interés.

A cinco años del horizonte 2030, la Agenda sigue siendo más pertinente que nunca. El mundo necesita empresas que no solo actúen, sino que también comuniquen de forma responsable, rigurosa y transparente. La sostenibilidad no es solo acción, también es relato. Y el relato, cuando es compartido y verificable, se convierte en una herramienta poderosa de transformación.

No dejemos que el lenguaje común de los ODS se diluya en medio de normativas técnicas, temores reputacionales o disputas ideológicas. Porque sin relato, no hay transformación visible. Y sin visibilidad, no hay rendición de cuentas posible.

Fuente: https://diarioresponsable.com/

Agenda

septiembre, 2025

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