La activista chilena fue elegida integrante del Comité Cedaw. Aquí, aborda el retroceso en Argentina, indaga por qué los femicidios no bajan y analiza lo que deja en evidencia el caso de Gisèle Pelicot en Francia.
Es una de las voces en la región más reconocidas para hablar sobre políticas contra la violencia de género y los femicidios. Patsilí Toledo Vásquez es abogada, activista feminista, académica y consultora en derechos humanos de las mujeres. Es chilena pero vive hace 17 años en Barcelona, donde es profesora asociada de la Universidad Pompeu Fabra de dos asignaturas: “Género y Justicia Penal” y “Violencia por razones de género y protección internacional de derechos humanos”. Las dos materias definen con claridad su especialización. Su tesis doctoral, que defendió en el año 2012 en la Universidad Autónoma de Barcelona, es una extensa investigación sobre las leyes de femicidio y feminicidio sancionadas en Latinoamérica. En junio fue elegida integrante del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (Comité Cedaw, por su sigla en inglés), para el período 2025-2028. Se trata de la primera chilena en formar parte de ese relevante órgano de expertas independientes, que supervisa la aplicación de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Entre su trayectoria, también se destaca que fue redactora, para el Comité, de la recomendación general 35 (2017), que entregó claras orientaciones de cómo fortalecer la respuesta estatal en materia de atención, prevención y reparación de la violencia de género.
En una entrevista con Página 12, de manera virtual, desde España, analizó el impacto de las leyes de femicidio; contó sobre nuevos modelos de políticas públicas para prevenirlos que se viene desarrollando en países de Europa y en Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá –y que todavía no llegaron a Latinoamérica–; advirtió sobre modalidades de femicidio, antes limitadas a México y Centroamérica, que se están extendiendo por el continente como consecuencia del crimen organizado y la mayor disponibilidad de armas; alertó sobre el desafío que implican las redes sociales en la difusión de la violencia machista; reflexionó sobre el caso de violación masiva que se está juzgando en el sur de Francia; y consideró que el negacionismo de género que enarbola el Gobierno de Javier Milei responde al interés de la extrema derecha de castigar las políticas feministas y ganar apoyo de sectores conservadores y religiosos.
–El Gobierno de Javier Milei niega que exista la violencia por razones de género. ¿Hay otros países con la misma política gubernamental?
–Sí, pero la diferencia es que en Latinoamérica venimos hablando del problema de la violencia contra las mujeres desde hace mucho tiempo, podríamos decir que desde los ‘90 de una manera muy clara y con la Convención Interamericana de Belén do Pará (N.de R.: para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, adoptada en 1994) de forma más evidente. En el resto del mundo, mientras tanto, se siguió hablando de violencia doméstica hasta hoy. Y me refiero al mundo anglosajón en general. La mayor parte de las políticas no son género específicas, o sea, son todas políticas contra la violencia doméstica. Aunque luego se entiende que tiene un elemento de género crítico, los casos de violencia contra las mujeres no están separados de otros tipos de formas de violencia doméstica. Lo que es particular del caso argentino es haber ido a una línea de especialización y retroceder. En el caso del Estado español, que fue uno de los primeros países que hizo también políticas específicas –porque aquí se definió violencia de género como violencia contra las mujeres a nivel legal–, aunque ha habido cambios de gobierno, nunca se cuestionó la categoría. Lo que ha habido son cambios a nivel de presupuestos, con recortes sobre todo durante la fase de políticas de austeridad. Los que cuestionan la categoría en sí misma en general son partidos de extrema derecha, que no han llegado a estar en el gobierno.
–¿A qué apunta ese negacionismo del género?
–No sé si va a haber cambios en relación a la atención en los servicios aunque digan que ahora atiende todas las violencias, porque la mayor parte de las violencias son dirigidas contra las mujeres y las niñas. Es decir, en los servicios se va a seguir dando la especialización. La sensibilidad de género va a seguir estando allí en el personal, porque están trabajando con mujeres y van a seguir trabajando con mujeres. Seguramente llegarán algunos otros casos, pocos, que no está mal que lleguen como los que tienen que ver con violencia en parejas gays. Es importante que puedan tener esos espacios. Tal vez puedan entrar otras dinámicas de violencia que hasta ahora han estado menos visibilizadas o atendidas. Pero pienso que principalmente lo que se busca es un castigo a las políticas feministas. Y eso es un castigo muy simbólico. Buscan el apoyo de sectores conservadores de la sociedad, en donde es mucho más fácil caricaturizar el feminismo como la causa de los problemas sociales, incluso esta idea, falsa, de que existe violencia porque las mujeres son más feministas. Y por lo tanto si las feministas son el problema, todo lo que digan las feministas será un problema, tanto si hablan del aborto como si hablan de la violencia o lo que sea. Hay ciertos sectores religiosos que lamentablemente están teniendo muchísima fuerza en Latinoamérica y es a esos grupos a los que se están acercando estos sectores políticos de extrema derecha.
–La pregunta recurrente: ¿hay más violencia de género o se denuncia más? ¿Cuál es su impresión?
–Cuando se nombra una experiencia, se hace visible y se puede identificar. Lo más probable es que a nivel de estadísticas en los últimos años vamos a seguir teniendo muchísimas encuestas que van a indicar que más mujeres reconocen en sus experiencias vitales la presencia de violencia de género, en relaciones de pareja, en otros vínculos, en el ámbito laboral, etc. Y eso comparado quizás con encuestas de hace años son cifras mayores. Por sí mismo no es una mala noticia. Quiere decir que cada vez tenemos más información y podemos conocer más la realidad. No significa que haya más violencia, sino que cada vez más mujeres la van reconociendo. Se habla en el mismo sentido de la violencia sexual. ¿Si hay más denuncias quiere decir que estamos viviendo más violencia sexual? Creo que tiene que ver con que hay más mujeres que están atreviéndose a denunciarla. De todas formas, todavía es un gran desafío en el mundo entero. Las que se atreven a denunciar todavía son pocas considerando lo que de acuerdo a las encuestas aparece como una prevalencia mucho mayor.
–¿Hay menos estigma sobre quienes sufren violencia de género?
–Sí. Todas las violencias por razones de género tienen aparejado un gran estigma y de alguna manera se va rompiendo. Pensemos que hace algunas décadas si una mujer sufria violencia por parte de su marido, se consideraba que era por algo, ¿no? Por algo será, por algo que ha hecho, se decía. Ella era la juzgada. Y entonces, obviamente que había mucha vergüenza asociada a ser víctima de violencia. En el caso de la violencia sexual sigue siendo muy prevalente.
–¿Qué rol juegan los medios de comunicación y las redes sociales?
–La realidad es que hay muchas formas de violencia que tienden a replicarse por imitación. Y creo que ahí hay preguntas que debemos hacernos que tienen que ver con cómo determinadas plataformas pueden ser un canal de promoción de ciertas formas de violencia, prácticamente de divulgación como manuales de cómo hacerlo. Tristemente hay una magnitud de la violencia cuando pensamos, por ejemplo, en este caso de violación que se está juzgando en estos momentos en el sur de Francia. De alguna manera también ha sido facilitado por la tecnología que permite que conecten muchas personas que en otras circunstancias no estarían conectando para agredir sexualmente a una mujer. Entonces sí creo que las redes sociales son un factor que pueden estar aumentando el impacto y la prevalencia de ciertas formas de violencia. Es un desafío muy grande también.
–¿Qué aprendió en su investigación para su tesis doctoral sobre las leyes de femicidio/feminicidio?
–Las leyes de femicidio y de feminicidio que ya tienen casi 20 años, lo primero que han hecho es hacer visible los femicidios, pública y políticamente, y eso es algo que tiene un valor. Es decir, mostrar la gravedad de la violencia contra las mujeres y el gran impacto que tiene. Considerando que hemos vivido por siglos en un mundo que ha minimizado la violencia contra las mujeres, esas leyes son un reconocimiento en ese sentido. Eso, por un lado. Por otro lado, teóricamente, las leyes tendrían que facilitar que haya mejores respuestas. Todavía no estamos ahí. Hay intervenciones que se mejoran especialmente en el ámbito de la investigación penal, en algunos casos, pero a nivel de prevención, no necesariamente. Debiera haber más todavía en términos de prevención, pero ahí es donde nos damos cuenta de que el problema principal de las leyes de femicidio o de feminicidio en muchos países es que no necesariamente han contado con los suficientes recursos para la implementación, no tanto de la tipificación penal, que en general no tiene costes, sino cuáles son las medidas y los recursos que se destinan a la prevención de la violencia. Y allí es donde hay grandes falencias todavía.
–¿Qué políticas públicas han resultado efectivas para reducir los femicidios?
–No hay estudios que permitan confirmar que una determinada política haya conseguido bajar la cantidad de femicidios en términos generales. Pero primero hay que aclarar que es muy difícil poder adjudicar a una medida el impacto de reducirlos, cualquiera que sea, porque los femicidios son fenómenos multicausales. En segundo lugar, una cosa es la correlación y otra cosa es la causalidad. Medir la causalidad es muy difícil en relación con los femicidios. Lo que sí sabemos es que por la existencia de una ley que los criminaliza no iban a dejar de ocurrir. No es algo inesperado que a pesar de que llevamos muchos años con una legislación que sanciona el femicidio, siguen habiendo, igual que llevamos siglos con una sanción del homicidio, y siguen cometiéndose ¿no? Por otro lado, no se pueden separar los femicidios de los contextos de violencia más amplios en la región y que, por ejemplo, están haciendo que haya una mayor disponibilidad de armas en muchos países. La presencia de la criminalidad organizada tiene unas consecuencias que también se expresan en la violencia contra las mujeres. Hay países en donde se identifican formas nuevas de femicidios que antes parecía que estaban solo limitadas a México o Centroamérica y que en los últimos años ya se han extendido bastante por el continente. Eso es otra cuestión importante, es decir, que la violencia contra las mujeres no es un fenómeno aislado, porque efectivamente las dinámicas de género y de violencia de género son cambiantes y son afectadas por otros múltiples factores sociales, económicos, políticos, incluyendo la criminalidad organizada. Ahí hay unas cuestiones más transversales, diría yo.
–Decía que no hay estudios que permitan determinar qué políticas resultaron efectivas para bajar los femicidios. Pero ¿está estudiado qué se debería hacer? En Argentina hay un núcleo duro en términos de números de femicidios. La estadística marca uno cada 30 o 34 horas, y no se logra bajar significativamente esa frecuencia desde que se registran estadísticamente hace una década. Ha tenido algún descenso, asociado posiblemente al uso de los dispositivos duales, las tobilleras electrónicas para controlar a los agresores denunciados por su pareja o expareja, pero son datos recientes como para determinar tendencias aún.
–Hay otro tipo de políticas que están faltando en la región, que no están muy extendidas pero que se están intentando ampliar en otros países hace ya bastantes años y apuntan a la revisión de los casos. Una vez que ha ocurrido un femicidio, independientemente de que haya o no respuesta penal –cuando el agresor se suicida se cierra la causa–, se inician procesos en los que tanto actores del sector público como privado, incluyendo sociedad civil, y otras voces, pueden revisar esos casos en profundidad para intentar detectar en qué se falló, qué fue lo que no funcionó, o qué es lo que podría haber evitado que ocurriera. Es un tipo de política que permite mejorar las respuestas que se están dando actualmente, no en forma teórica, sino tomando en cuenta lo que está pasando. Lo que me parece más interesante de esos modelos es que en algunos de ellos están incluyendo las voces de las personas del entorno, que hasta ahora en general no han sido escuchadas en el diseño de las políticas públicas. Y realmente las personas de los entornos pueden saber mucho, no necesariamente información que importa para un juicio penal, por ejemplo, pero sí sobre contextos. Porque saben tanto de la situación de la víctima como también del victimario, los recorridos que han tenido, y los puntos en los que probablemente debiera haber tenido algún contacto con alguna oficina pública, algún servicio. Pienso que ese tipo de revisiones son muy prometedoras.
–¿Dónde se está aplicando ese modelo de revisión?
–Hice una investigación el año pasado para la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, que trabaja mucho sobre el sistema de justicia penal, en la que comparé este tipo de revisiones en Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Suecia, Portugal. Los modelos son muy distintos según el país, pero todos tienen más o menos en común identificar lecciones para intentar mejorar a partir de ese caso. No todos , sin embargo, incluyen diálogo con familias –son siempre voluntarios–. El tema es que hay muchas familias que sí quieren decir cosas y esas cosas nadie las está recibiendo porque como el señor va a ir a la cárcel, nos estamos enfocando de nuevo en que el problema es individual. Pero tenemos que preguntarnos, más allá de que ese señor vaya a la cárcel, qué estamos haciendo ante el problema social. Este tipo de respuestas apuntan en esa dirección y para evaluar lo que está funcionando, lo que no, a dónde no se está llegando con los servicios, incluso los servicios que no existen y que son necesarios. Y no solo respecto de servicios a los que podría haber ido esa señora, sino también a los que podría haber ido ese señor, que es una de las grandes falencias en las respuestas que tenemos hasta ahora. Está muy bien dar todos los apoyos posibles a las mujeres para que puedan salir de relaciones de violencia y seguir adelante con sus vidas, pero si no estamos abordando a los agresores, no estamos resolviendo el problema a nivel social. Hubo un caso más o menos reciente de un hombre chileno que se fue a Argentina, donde tuvo una novia a la que mató. Ese hombre tenía una o dos denuncias de exnovias chilenas y había tenido hasta una condena en Chile, que no le llegó a ser notificada porque se había ido a Argentina. En ese caso, había habido dos o tres exnovias que se habían salvado, que decidieron romper esa relación, que buscaron ayuda. ¿Y esta otra chica? No. En el caso de esas tres mujeres chilenas previas, los servicios o las respuestas o lo que sea que haya habido funcionó para ellas, pero este hombre siguió teniendo otra novia y otra novia y luego otra, a la que finalmente terminó matando. Insisto, es muy importante y fundamental las respuestas para el apoyo para las mujeres, pero no podemos olvidar que la violencia la cometen los hombres y que no es un hecho natural inevitable, inscripto en su ADN y que no pueden evitar matar o golpear o violar. El tema es cuáles son esas respuestas para ellos y dónde están también.
–Al escucharla hablar de los entornos, enseguida pensé en el caso del violador Dominique Pericot, que recién mencionaba. Llama la atención la cantidad de varones que aceptaron su propuesta en un pueblo de menos de 6 mil habitantes… Por otra parte, es muy interesante cómo la esposa, Gisèle, planteó que el juicio sea abierto y que la vergüenza la tengan los acusados de violarla y no ella.
–Si nos quedamos en la vergüenza no vamos a llegar muy lejos, porque en cualquiera de los bandos lo que lleva es al silencio, y esa es la realidad de la violencia sexual para la mayoría de las mujeres por muchísimo tiempo, silencio, y el silencio no transforma. Pienso que estos procesos de revisión son muy valiosos no sólo en los casos de femicidio. Hay otros casos que generan el estupor de cómo pudo ocurrir ¿no? Por su magnitud el caso de Francia es excepcional, pero si pensamos en el montón de casos de violencia sexual que hay nos damos cuenta que tampoco es tan excepcional finalmente. De todas formas, por sus características sí puede ser una oportunidad para una reflexión más profunda que ojalá se dé, aunque sospecho que no va a ocurrir. No sé si fue la mujer o fue su hija, la que dijo, y me pareció muy razonable, que esto “es una tragedia no solo para mi familia, sino que hay muchas familias que tienen ahora a sus maridos, hijos, hermanos, en prisión, y evidentemente esto también es una tragedia para ellas”. Esas familias también necesitan respuestas, entender cómo pudo llegar a pasar esto, y necesitan procesos para decir, esto no fue un rayo que le cayó en la cabeza. Eso puede generar discusiones y reflexiones muy profundas, tiene el potencial para hacerlo fuera del sistema penal. Porque al sistema penal, eso no le interesa. El sistema penal está ahí para sancionar y ponerle una cantidad de años a cada señor, pero a nivel social, las preguntas siguen abiertas, y si nadie las aborda, es lo más probable que se quede en un titular.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/