En un mundo en constante cambio, el voluntariado se revela como una de las experiencias más transformadoras para los estudiantes universitarios. Más allá de la solidaridad, es una escuela paralela donde se aprenden habilidades humanas, se construye ciudadanía y se conecta el conocimiento académico con los desafíos reales de la sociedad.
En tiempos de transformaciones aceleradas, cuando el mercado laboral demanda no solo competencias técnicas, sino también capacidades humanas, el voluntariado emerge como una poderosa herramienta de crecimiento personal y profesional, especialmente entre los universitarios.
Más que una práctica solidaria, el voluntariado es una experiencia educativa que trasciende disciplinas, programas y horarios. Es, en esencia, un aula viva: un espacio donde uno aprende del otro, sobre el otro y, sobre todo, sobre sí mismo.
Participar en proyectos de voluntariado supone para los estudiantes una oportunidad única para ampliar horizontes, cultivar la empatía y ejercer una ciudadanía activa. Y es precisamente en la universidad —lugar de pensamiento crítico y construcción de identidad— donde esta práctica encuentra un terreno fértil para generar transformaciones profundas y duraderas. Al comprometerse con causas sociales, ambientales o educativas, el estudiante deja de ser solo receptor de conocimiento para convertirse en un verdadero agente de cambio.
El voluntariado brinda a los jóvenes habilidades cada vez más valoradas en el mundo profesional: trabajo en equipo, comunicación asertiva, liderazgo colaborativo, inteligencia emocional, capacidad de adaptación y visión integral. A la vez, los desafía a enfrentarse a realidades complejas, muchas veces alejadas de su zona de confort, propiciando un aprendizaje que ningún manual puede ofrecer.
Pero los beneficios no son únicamente individuales. Cuando los universitarios participan en acciones de voluntariado, fortalecen el vínculo entre la academia y la sociedad, derribando muros entre el saber teórico y los retos concretos de las comunidades. Proyectos de extensión, programas de mentoría en barrios vulnerables, iniciativas ambientales o campañas de sensibilización son ejemplos de cómo esta práctica puede integrarse en la educación superior, generando impactos positivos para todos.
El voluntariado no requiere soluciones perfectas, sino presencia, escucha activa y disposición para aprender del otro. Es en ese encuentro —entre saberes, culturas, historias y afectos— donde se produce la verdadera transformación. Porque al donar su tiempo, los estudiantes descubren que también reciben: madurez, propósito, conciencia social y una nueva mirada sobre el mundo y sobre sí mismos.
En un país como Brasil, donde las desigualdades aún condicionan fuertemente el acceso a las oportunidades, el voluntariado estudiantil se convierte en una herramienta clave de justicia social. Al ponerse al servicio de causas colectivas, los universitarios no solo contribuyen a construir una sociedad más equitativa, inclusiva y solidaria, sino que también forjan una trayectoria profesional más ética y humana.
De ahí la necesidad de que universidades, empresas y organizaciones sociales reconozcan el valor del voluntariado como parte esencial de la formación de los jóvenes. Que lo promuevan, lo integren y lo valoren dentro de sus programas educativos. Porque formar profesionales competentes es importante, pero formar ciudadanos comprometidos y empáticos es indispensable.
El voluntariado no es un añadido extracurricular. Es una experiencia transformadora. Es la educación en su forma más viva. Y, para muchos universitarios, puede ser el primer paso hacia una certeza: al transformar el mundo, uno también se transforma.
Fuente: https://diarioresponsable.com/