Tenía 14 años cuando sus captores le vendaron los ojos y la privaron de usar su nombre, por eso, hoy alza la voz para hacer visibles a las que todavía sufren la lacra del tráfico de personas con fines de explotación sexual Tenía catorce años cuando la enfermedad golpeó a mi familia en Brasil. Mi hermano pequeño había muerto y el estado de salud de mi madre empeoraba cada día. En casa dejó de entrar dinero y pronto esa situación llegó a los oídos de algunos hombres, que acudieron con falsas promesas de un futuro mejor para mí como niñera en el extranjero. Lo que no contaron a mis abuelos es que me llevarían a varios países con un carné de otra persona, que me vendarían los ojos para que no supiera a qué ciudades o lugares iba y que me obligarían a acostarme con cualquiera para pagar una deuda
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