Vivimos en una época marcada por la inmediatez de la información, desafíos sociales complejos y, con frecuencia, una sensación de aislamiento individual. En este contexto, el voluntariado se alza como una poderosa herramienta de transformación. No solo mejora la realidad de quienes reciben apoyo, sino —y sobre todo— la de quienes deciden implicarse. Para la juventud, el voluntariado no es simplemente una actividad extracurricular: es una auténtica escuela de ciudadanía, capaz de formar personas más empáticas, comprometidas y preparadas para la vida en comunidad. Es un error concebir el voluntariado como un camino unidireccional, donde quien da está siempre en condiciones de ofrecer y quien recibe, únicamente de necesitar. La experiencia voluntaria permite a los jóvenes conocer otras realidades, tomar conciencia de la magnitud de las desigualdades y, lo más importante, reconocerse como agentes de cambio. El contacto directo con comunidades diversas, con infancia, personas mayores o causas ambientales, amplía
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