En un mundo cada vez más consciente del impacto ambiental, surge una pregunta incómoda: ¿es compatible el turismo con la sostenibilidad? ¿Debemos renunciar a nuestras vacaciones soñadas para cuidar el planeta? La respuesta no es un sí rotundo, pero tampoco un no despreocupado. La clave está en cómo viajamos.
El turismo es responsable de cerca del 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, según un estudio publicado en Nature Climate Change. Esta cifra incluye tanto las emisiones directas —como las del transporte— como las indirectas, derivadas del alojamiento, la alimentación o las actividades recreativas. Se calcula que un turista internacional genera entre 0,5 y 2 toneladas de CO₂ por viaje, dependiendo del destino, el medio de transporte y el tipo de alojamiento elegido.
Entre todos los factores, el transporte es el que más contribuye a esta huella. La aviación representa el 75% de las emisiones del sector turístico, impulsada por el auge de los vuelos de larga distancia, según el informe Transport-related CO₂ Emissions from the Tourism Sector – Modelling Results, elaborado por la Organización Mundial del Turismo (OMT) y el Foro Internacional del Transporte (ITF), presentado en la COP25.
El turismo es responsable de cerca del 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero
Un vuelo de ida y vuelta entre Europa y América del Norte puede generar entre 800 y 1.000 kg de CO₂ por pasajero, según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA), dependiendo del tipo de avión y la clase del billete. En contraste, el tren de alta velocidad emite entre 15 y 30 gramos de CO₂ por pasajero y kilómetro, lo que lo convierte en una opción hasta 20 veces menos contaminante para trayectos de corta y media distancia, según la Agencia Internacional de la Energía (IEA).
El mismo informe de la OMT advierte que, si no se toman medidas urgentes, las emisiones del transporte turístico podrían aumentar un 25% para 2030, alcanzando los 1.998 millones de toneladas de CO₂, lo que supondría el 5,3% de todas las emisiones humanas.
Un vuelo de ida y vuelta entre Europa y América del Norte puede generar entre 800 y 1.000 kg de CO₂ por pasajero
El informe de la OMT también advierte que, si no se toman medidas, las emisiones del transporte turístico podrían aumentar un 25% para 2030 respecto a los niveles de 2016, alcanzando los 1.998 millones de toneladas de CO₂, lo que representaría el 5,3% de todas las emisiones humanas.
Alojamientos: el impacto invisible
Pero no solo volar contamina. Los alojamientos turísticos, especialmente los grandes hoteles y resorts, consumen enormes cantidades de energía para climatización, iluminación, lavandería y otros servicios, también generan grandes volúmenes de residuos, desde plásticos de un solo uso hasta desperdicios alimentarios. Se estima que el 34% de las emisiones del turismo provienen del uso de electricidad y recursos en alojamientos.
A esto se suma el consumo de agua: un turista puede llegar a gastar entre 300 y 800 litros diarios, frente a los 100-150 litros de media de un residente local. En el Observatorio Turístico de Canarias, por ejemplo, se estima un consumo medio de 600 litros por cama y día en alojamientos turísticos. Informes como los de Bioscore Sustainability alertan de cifras similares, especialmente en zonas con estrés hídrico como España.
El modelo de turismo masivo también deja huellas visibles en los destinos: saturación de espacios naturales y urbanos, erosión de senderos, contaminación de playas y sobreexplotación de recursos como el agua potable. Ciudades como Venecia o Barcelona han tenido que imponer restricciones para proteger su patrimonio y calidad de vida. En algunos casos, los residentes se ven desplazados por el auge de los alquileres turísticos, generando tensiones sociales y pérdida de identidad local.
Alternativas para un turismo más consciente
Frente a este panorama, hay margen para el cambio. Y empieza por elegir bien dónde nos alojamos. Optar por establecimientos cercanos al destino —que eviten desplazamientos innecesarios— y que cuenten con certificaciones ambientales (como Bioscore, EU Ecolabel o Green Key) garantiza que aplican medidas de eficiencia energética, gestión de residuos y ahorro de agua.
Los alojamientos pequeños, locales o gestionados por comunidades suelen tener un menor impacto ambiental y un mayor compromiso con el entorno. De este modo, evitar grandes resorts con consumo intensivo de recursos es una decisión clave para reducir nuestra huella.
Un turista puede llegar a gastar entre 300 y 800 litros diarios, frente a los 100-150 litros de media de un residente local
En cuanto al transporte, siempre que sea posible, es preferible elegir trenes, autobuses o compartir coche frente a vuelos cortos. En destinos urbanos, caminar, usar bicicleta o transporte público no solo es más sostenible, sino que permite una experiencia más auténtica. Si volar es inevitable, se recomienda optar por vuelos directos (que consumen menos combustible) y compensar las emisiones a través de programas certificados.
El turismo de naturaleza, si se practica con respeto, puede ser una forma poderosa de reconectar con el entorno. Senderismo, observación de fauna, visitas a parques naturales o actividades al aire libre tienen un impacto mucho menor que el turismo masivo. Eso sí, es fundamental seguir las normas locales, no dejar residuos y apoyar iniciativas que protejan la biodiversidad.
Se estima que el 34% de las emisiones del turismo provienen del uso de electricidad y recursos en alojamientos
También conviene evitar actividades que impliquen explotación animal o deterioro de ecosistemas, como paseos en vehículos motorizados por zonas protegidas o espectáculos con fauna silvestre.
Y, por supuesto, podemos reducir nuestra huella personal adoptando hábitos sostenibles durante el viaje: llevar botellas reutilizables, evitar productos de un solo uso, reducir el consumo de agua y energía en los alojamientos, y respetar las normas y costumbres locales. Cada pequeño gesto cuenta, especialmente cuando se multiplica por millones de viajeros.
Viajar de forma sostenible no significa renunciar al placer de descubrir nuevos lugares, sino hacerlo con responsabilidad, respeto y conciencia. Cada decisión importa. Y como turistas, tenemos el poder de transformar el sector hacia un modelo más justo, equilibrado y ecológico.
Fuente: https://www.soziable.es/