Resulta familiar encontrar fechas estampadas en las etiquetas de los productos que ofrecen las tiendas de alimentación. Se trata de la fecha de caducidad y la fecha de consumo preferente, que nos proporcionan importante información acerca de la vida útil de los alimentos y la seguridad alimentaria. La primera establece hasta qué día un alimento puede consumirse sin riesgos para la salud, mientras que la segunda indica hasta cuándo un alimento mantiene las propiedades óptimas. Pero a pesar de su utilidad, aún queda por entender cómo se interpretan estas etiquetas en la práctica cotidiana y cómo influyen en el desperdicio alimentario.
Etiquetas aliadas en la gestión, pero insuficientes para frenar el desperdicio
El estudio «La implicación de los consumidores europeos con las etiquetas de fechas y sus implicaciones para el desperdicio de alimentos en los hogares», publicado en la revista Food Quality and Preference evaluó el comportamiento del consumidor, especialmente en relación con las etiquetas de fecha de caducidad. El objetivo era observar cómo varían la comprensión, la atención y las respuestas conductuales a las mismas entre los distintos segmentos de consumidores.
Se tomó como muestra a 1.507 consumidores de seis países de la Unión Europea (Alemania, Bélgica, España, Francia, Italia y Suecia), que respondieron un cuestionario online acerca de su conocimiento de las etiquetas de fecha, junto con sus comportamientos domésticos con el despilfarro alimenticio y sus características sociodemográficas.
Los resultados indican que el 75,2% de los consumidores europeos comprende la diferencia entre las fechas de caducidad y de consumo preferente, y más del 80% identifica correctamente el significado de estos términos. Los investigadores detectaron distintos grados de compromiso. Los participantes con mayor implicación (aproximadamente un 24% de los encuestados) confía en las fechas de caducidad para la gestión de alimentos, mientras que el segmento de menor implicación (casi un 34%) basa sus decisiones en otros elementos, como las señales sensoriales, y consume con frecuencia alimentos después de su fecha de caducidad.
1.183 millones de kilos de alimentos se tiraron a la basura en 2023, solo en los hogares españoles
No obstante, los científicos apuntan que, aunque una mejor comprensión de las fechas de caducidad se correlaciona con una mejor planificación del consumo, no es suficiente para reducir significativamente los niveles de desperdicio.
Un problema ambiental, social y económico que afecta a todo el mundo
La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) estima que se desperdicia el 30% de los alimentos en el mundo, en su mayoría, raíces, tubérculos, frutas y hortalizas. Más concretamente, la Organización de las Naciones Unidas calcula que aproximadamente un 13% de los alimentos del mundo se pierden en el curso de la cadena de suministro y un 17% adicional se desperdicia en los hogares, los servicios de alimentación y el comercio minorista. Esto equivale a más de 1.000 millones de platos al día. Para hacerse una idea, solamente en los hogares españoles 1.183 millones de kilos de alimentos se tiraron a la basura en 2023, según datos recogidos por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA).
Las consecuencias, por supuesto, no solo son económicas. El «Informe sobre el índice de desperdicio de alimentos 2024» de la ONU pone en evidencia que el despilfarro tiene un alto impacto ambiental y social. Se estima que la pérdida de alimentos es responsable de entre el 8 y el 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, así como de la ocupación del 30% de las tierras agrícolas de todo el mundo. El conjunto repercute negativamente en la biodiversidad y en la salud de los ecosistemas, causa estragos en la seguridad alimentaria y la disponibilidad de alimentos, y contribuye directamente a aumentar el costo de la alimentación. Todo ello sin olvidar que, mientras toneladas de alimentos acaban en la basura, millones de personas se encuentran en situación de hambruna o malnutrición.
Abogar por unos sistemas alimentarios más resilientes
El consumo excesivo y la mala gestión de los recursos naturales agravan las desigualdades y amenazan la sostenibilidad del planeta, lo que pone de manifiesto la necesidad de transformar los sistemas alimentarios hacia modelos más sostenibles, resilientes y equitativos.
A través de la Agenda 2030, la ONU hace una llamada a la acción a todos los países para promover modelos de consumo y producción responsables. En concreto, el punto 12.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) propone reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores, además de reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha.
La necesidad de consumir mejor
Estas metas sirven como directrices generales y, para alcanzarlas, todas las partes implicadas —es decir, instituciones, gobiernos, sociedad civil, ciudadanía y sector privado— tienen que poner de su parte, promoviendo y participando en iniciativas para impulsar modelos de producción más sostenibles y justos (como la producción ecológica), además de desarrollar políticas eficaces.
En este sentido, algunos países ya están avanzando con normativas concretas para combatir el desperdicio alimentario de forma estructural. Francia fue pionera en 2016, seguida de Italia y Alemania. En marzo de este año, España aprobó una nueva Ley de prevención de las pérdidas alimentarias con el objetivo de mejorar la eficiencia de los alimentos y reducir el despilfarro en todos los eslabones de la cadena alimentaria.
Autora: Ariadna Coma, Periodista
Fuente: https://www.bioecoactual.com/