España no debería ser país para trata; tampoco para la prostitución

Hace unos días tuve la suerte de salir de una cabina. Hay mujeres que entran y no salen. Mujeres que entran como mercancía y que son trasladadas como si de un contenedor se tratara. De un local a otro. De una ciudad a otra. De un país a otro.

Mercancía humana significaba aquella cabina. Y, envuelta en plástico, sentí una vez más la injusticia de quienes siente cómo su cuerpo (y su alma de paso) es explotado sexualmente.

Aquella cabina era un símbolo. Con él, APRAMP (Asociación para Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida) quería llamar la atención sobre la lacra de la mayor violación de los derechos humanos encarnados en las mujeres. Quería gritar una vez más que no puede un ser humano ser considerado mercancía que otros compran y venden.

Pocos días después, acudía al III Congreso Internacional sobre Trata de Seres Humanos, organizado en Madrid por la asociación Betania, bajo la presidencia de la Reina. Letizia vestía un chaleco elaborado en los talleres que APRAMP tiene en el centro de Madrid. Con orgullo lucía una prenda cosida por mujeres rescatadas y, hoy, con una formación que les permite ganarse la vida.

No eran acontecimientos aislados, cabina y congreso. Eran acciones relacionadas con un día, el 23 de septiembre, en el que este año conmemoraremos una vez más el Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Mujeres, Niñas y Niños. Qué vergüenza esa de tener que recordar con una fecha el dolor y la realidad de un problema que, lejos de ser residual, acecha en nuestras ciudades, en nuestras carreteras, en nuestras pantallas.

En aquel congreso en el que tuve el privilegio de moderar su primera mesa, sentí, una vez más, que el silencio social (y administrativo) que rodea a la trata es uno de sus mejores cómplices. La complicidad le conviene al negocio, el segundo ilegal más lucrativo del mundo, le conviene.

A las víctimas, no. A la sociedad, tampoco. Porque, más allá de las estadísticas, esas mujeres y niñas tienen vidas truncadas, su dignidad les es arrebatada, sus derechos negados y si tienen la fortuna de ser rescatadas, todo su sistema operativo ha de ser reseteado. Se recordó en el Congreso, y lo ratifica cualquier experto.

Por ello es tan importante darles las alternativas necesarias para reconstruirse, para —dicen reinsertarse— y yo digo insertarse socialmente. Porque la mayoría, tal y como se evidenció en el Congreso, fueron obligadas siendo aún niñas. Porque la mayoría, como también se dijo, sufrió abusos en la infancia.

Si un concepto quedó claro en este encuentro es algo que consensúa cualquiera que se haya asomado siquiera someramente al conocimiento de este horror: prostitución, pornografía y trata son caminos que se entrecruzan.

La prostitución es suelo fértil y abonado para la trata. Y lo hace en un mercado globalizado, deslocalizado, un mercado común. Convertido el cuerpo en objeto de consumo, cada vez se demanda más producto, más cuerpos, más jóvenes, distribuidos rápidamente, cuerpos pobres, de lugares ídem.

¿Y la pornografía? Como ha dicho Mabel Lozano, la cineasta, escritora y activista autora entre otros del libro y el documental PornoXplotación, se trata de un supermercado de cuerpos. En palabras del psicólogo José Luis García en la primera mesa del Congreso, “la pornografía es gasolina que prende la prostitución”.

Y este supermercado habita en los hogares. En cada móvil. En cada habitación. En cada cama. Violento. Accesible. Porque —como también se dijo en el Congreso— no hay que buscar el porno, el porno te busca. Y encuentra a chicos y chicas (según las estadísticas 75% vs. 25%) cada vez más jóvenes, cada vez más niñas y niños. Y normaliza la cosificación de cuerpos de usar y tirar.

En 2024, fueron liberadas en España 1.794 personas víctimas de trata o explotación, un 22% más que el año anterior. De ellas, 1.281 eran mujeres jóvenes, la mayoría explotadas sexual y/o laboralmente. Atroz. Como es igualmente atroz que plataformas que se airean como ocio estén no a la orden del día, sino de moda, creando fans de chicas que desde una pantalla ofrecen sus cuerpos. La forma es más limpia. El fondo es igualmente sucio.

Mirar para otro lado no es buena idea. Ni en casa, ni fuera. Dejar la educación sexual de los y las más jóvenes al albur digital, tampoco. Se recalcó en el Congreso: la iniciación a la sexualidad desde el porno tendrá secuelas psicológica y socialmente nefastas.

Alguien tiene que poner el cascabel a este gato. Al de la educación, educación sexual, también. Desde luego. Al de la negación de mitos y frases que hablan de trabajo, cuando deberían hablar de explotación. De verdad, ¿hay que seguir explicando que es inconcebible que siga existiendo un tipo de abuso, de esclavitud infligido a las mujeres?

¿Podemos hablar de consentimiento condicionado? No hay elección condicionada que valga a la prostitución —entendiendo que puedan darse casos—, porque incluso esa “elegida” lo es bajo la coacción estructural de la pobreza, la falta de oportunidades, la violencia previa.

La abolición de la prostitución es actuar contra la mercantilización de la violencia. Es actuar contra la normalización de ese mercado. Es justicia social, porque ningún ser humano puede alcanzar la categoría de mercancía.

Qué buena ocasión sería celebrar este 23 de septiembre con una Ley integral contra la Trata que incluya las garantías necesarias para las víctimas. Y qué buena también para celebrar una ley que aboliera la prostitución. Como dije en mi libro Puta no soy (Lid Editorial Empresarial, 2015), no lo somos, no lo seremos nunca (hablando de las obligadas a ejercer la prostitución). Somos personas, con dignidad, con derechos, con futuro. Y ese futuro no puede construirse sobre la explotación.

Fuente: https://www.elespanol.com/

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